BREVE SEMBLANZA DE ENRIQUE RUELAS ESPINOSA (1913 – 1987)

 

Por: Eugenio Trueba

9 de febrero de 1993

 

Cuando Enrique Ruelas estudiaba Derecho, gastaba su tiempo libre en el café. Formaba parte de un grupo de estudiantes cuyo principal problema consistía en buscar la manera de no aburrirse.

De alguna manera había que pasarla en aquel Guanajuato de hace cincuenta años que sufría las consecuencias de la decadencia de la minería, poco poblado, rodeado de ruinas. A no ser por el Colegio del Estado y por ser asiento de los poderes, muy probablemente habría seguido la suerte de otros minerales, como Marfil o La Luz, a la sazón muertos. No había industrias, ni grandes hoteles ni turistas, solo tabernas. El río conservaba su condición de cauce de aguas broncas y negras. Guanajuato olía.

Cuando Enrique recibía la mesada que su familia le enviaba de Pachuca, se daba el lujo de gastarla en el viejo casino, que todavía funcionaba, y al que concurrían los escasos representantes de los últimos restos de las familias porfirianas. Agotados los recursos en unos cuantos días, se refugiaba en un lugar mucho más modesto, el café de la esquina de San Diego, cuya clientela estudiantil consumía poco y alborotaba bastante.

Enrique buscaba el rincón más apartado, sacaba un montón de hojas en blanco y las llenaba de versos que luego destruía.

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Cuando la señorita María Rocha, a la que todos llamaban la tía María, descendiente de don Sóstenes Rocha y heredera de una finca espléndida en Pastita, ricamente amueblada, llena de obras de arte y de recuerdos del glorioso general, organizaba festejos parroquiales con motivo de algún suceso religioso, gustaba de incluir la representación de algún sainete que interpretaban los estudiantes amigos de sus bellas sobrinas. Enrique se prestaba a actuar, más por distraerse en los ensayos, donde se hacían amistades y noviazgos, que por el teatro. No sabemos si en estos juegos descubrió su vocación, pero sí que resultó un actor bastante superior al resto de los aficionados.

De vez en cuando paraban en Guanajuato algunas compañías de comedias, de aquellas de repertorio, que usaban del Teatro Juárez durante varios días o semanas, muchas veces ancladas de necesidad ante la falta de medios para continuar la legua. Enrique asistía puntualmente a las funciones y apreciaba el desempeño de algunos actores de buen oficio, como los Soler, los Medel, las Blanch.

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Su afición era cada vez más manifiesta y él mismo seleccionaba las comedias en que quería actuar y que acabó dirigiendo sin que nadie le discutiese tal atribución.

El Teatro Juárez, que había conocido épocas mejores, se hallaba siempre disponible, no poco empolvado y frío. Contaba aún con varios y valiosos decorados pintados de lino, que Ruelas aprovechaba para vestir sus obras, aunque a veces nada tuvieran que ver con el asunto.

Cuando Enrique volvía de sus vacaciones en México, a donde se había mudado su familia, traía ideas nuevas para sus obras. Aprovechaba sus estancias en la capital para ir al teatro. Aunque por entonces no había mucho que ver, ya hacía tiempo que soplaban aires nuevos en la dramaturgia y en las técnicas escenográficas.

Poco a poco fue tomando en serio el trabajo teatral y, finalmente, optó por la sola dirección escénica. Ensayó representaciones de mayor mérito dramático y de mayor vigor técnico. Se recuerda todavía el feliz montaje de “El tiempo es un sueño” de Lenormand.

Pudo concluir su carrera de abogado. Se recibió y se marchó a México para dedicarse a la enseñanza y prácticas teatrales en la Escuela Nacional Preparatoria y en la de Filosofía y Letras.

Carecemos de información detallada sobre sus pasos en la capital, en la que ya se ofrecían producciones nuevas de alto nivel, superado el lastre de las secuelas decimonónicas. Gran éxito obtuvo con la escenificación en Bellas Artes de “El Emperador Jones”, de O´Neill. También obtuvo buenas críticas con “La Anunciación a María” de Claudel, con “La Soga” y otras. Incursionó en el cine y en la televisión, donde tenía que reducir a muy poco tiempo piezas que difícilmente soportaban el ajuste, labor que nunca le satisfizo y que pronto abandonó.

En esos años de formación y de experiencias ¿cuáles fueron los conceptos adoptados por Enrique sobre las direcciones fundamentales del teatro? Se alardeaba ya, con actitud retadora, de un teatro iconoclasta que arremetía contra toda concepción tradicionalista o burguesa. Después del “Teatro Ulises”, extranjerizante, no hubo manifestaciones importantes que en su momento podría haber reflejado la influencia del surrealismo o del dadaísmo. Estaba por llegar el teatro del absurdo y el existencialista de Sartre y de Camus. Mientras que el absurdo propone el sinsentido de la existencia y trata de presentarlo, fiel a su tesis, absurdamente, el existencialismo opta por los medios tradicionales en el tratamiento de una libertad igualmente sin sentido.

Ruelas fue parco en expresiones vanguardistas, y si bien es cierto que dirigió “Las manos sucias”, de Sartre, tal vez lo hizo más bien por acreditar su capacidad de entendimiento a los nuevos asuntos.

Afianzaba su profesionalismo en México y luchaba si no en contra de las grandes muestras de la literatura dramática de la hora (nos consta que sentía gran respeto por Brecht y por Beckett no tanto por Ionesco), sí por realizaciones que estuviesen respaldadas por una sana convicción artística, más teatral que literaria.

¿Qué pasaba, mientras tanto, en Guanajuato? Pues pasaban cosas muy interesantes. Armando Olivares se incorporaba a la prestigiosa historia del Colegio del Estado, al mismo tiempo que veía la necesidad de su ensanchamiento, de su modernización. Al frente de la querida casa de estudios creó nuevas escuelas y carreras, impulsó las actividades académicas y las proyectó hacia afuera de los claustros, enriqueció bibliotecas, descentralizó la educación superior y, finalmente, la transformó en Universidad.

Muchos jóvenes lo rodeaban. Se formaron las capillas. En una modesta casa del callejón de “El Venado” se asentó un “estudio”, donde se hacía la tertulia y donde se procuraba estar “al día” en cuestiones culturales. Se hablaba mucho, se leía mucho, y se recibía a todo viajero distinguido capaz de aportar información y ejemplos nuevos.

La industria minera renacía y parecía revivir el sentido de auto estimación por la ciudad, cuya fisonomía y belleza había puesto venturosamente a salvo su miseria.

Luego, bajo el gobierno excelente de José Aguilar y Maya, que llegó al Ejecutivo del Estado después de muchas batallas cívicas que avivaron la conciencia política, la Universidad fue objeto de atención preferente, de gran impulso.

La afición teatral se había extendido y se multiplicaron los grupos. Enrique Ruelas volvía con frecuencia a Guanajuato a dirigir. El rector Antonio Torres Gómez creyó conveniente que la Universidad tuviese su propio teatro. Surgió luego el nombre de Enrique para organizarlo y dirigirlo. Aceptó el cargo a condición de que no se le impidiera continuar sus trabajos en México.

A partir de entonces viajó semanal o quincenalmente a Guanajuato, para echar a andar sus proyectos. No excusaba nunca sus horas de café, en el Valadez, donde se le reservaba siempre la misma mesa y donde hablaba con sus colaboradores y amigos.

Puso en la escena del Juárez “Arsénico y encaje”, con bastante decoro y mucho éxito. Esta vez y en lo sucesivo trabajaría siempre con aficionados y aunque pudo hacerlo con profesionales, con presupuesto universitario, nunca quiso hacerlo. Cuando más tarde otros directores accidentales o invitados lo intentaron, no se tuvo éxito.

La idea de sacar el teatro a la calle, al aire libre, era vieja. Se hablaba de las experiencias de “La Barraca” de García Lorca, y se sostenía que la Universidad debería proyectarse al pueblo. No faltaban quienes pugnaran por un teatro “nuevo” y elitista, en el que los elementos visuales prevaleciesen sobre los discursivos. La fama de Stanislavski y de Brecht, o lo que de ellos se oía, con toda clase de deformaciones y noticias de segunda mano, no dejaban de invocarse, y es probable que se hablara también del antiteatro cruel de Artaud, aunque nadie supiese bien de qué se trataba.

El carácter de la ciudad, su aspecto físico, sus calles y sitios, indicaban la conveniencia de aprovecharlos para escenificar textos clásicos de la dramaturgia castellana. Así lo determinó Enrique Ruelas. Desoyó, con muy buen tino sugerencias sobre obras cuyas exigencias artísticas todavía estaban fuera de nuestro alcance, como “Fuente Ovejuna”, o “El Alcalde de Zalamea”. Seleccionó los Entremeses de Cervantes para ser presentados en la plazuela de San Roque.

Prescindió de todo aparato que no fuese natural e ideó entreverar sus diversas escenas para darles mayor interés y expectación.

Se ha dicho que los Entremeses tuvieron por objeto ilustrar un homenaje a Cervantes, previamente planeado, dentro de un proyecto académico. No es exacto. Más bien fueron los Entremeses los que motivaron el homenaje, por razones circunstanciales. Sucedió que el tiempo de representación era corto, y entonces, para alargarlo un poco, a Ruelas se le ocurrió prolongarlos y epilogarlos con alusiones a la vida y obra de Cervantes. Cervantes mismo pasearía por la plaza, entre los fantasmas de sus personajes, para reaparecer al final con don Quijote y Sancho, al son de música y campanas.

Con todo ello consiguió varios propósitos. Desde un punto de vista tradicional, haría teatro dialogado, con las graciosas piezas cervantinas. Utilizaría la plazuela como el atrio de la Iglesia, bajo cuyo empedrado, según cuentan las efemérides, se guardan los restos de las víctimas de la peste. Los atrios fueron los principales escenarios del teatro religioso del siglo XVI, usados por los franciscanos para evangelizar, y por los indios, para sus mitotes o arietos.

Desde otro punto de vista más avanzado, Ruelas hizo innovaciones que denotaban su preocupación por la originalidad: el aprovechamiento de la plaza, sin tablado, al que siempre se opuso, el uso de las casas de los vecinos, integradas a la acción, el empleo de grandes áreas de actuación, incluidos algunos callejones, el empleo de caballos y asnos, de las campanas de la Iglesia, la mezcla de las escenas, la narración, etc., todo lo cual resultó muy afortunado y novedoso.

Para la narración se usó un texto de Armando Olivares que Enrique revisó, recortó y adaptó, con las acotaciones necesarias vinculadas a la acción.

De todas suertes se trataba de una aventura y ni siquiera se contaba con suficientes recursos para un buen montaje. Todo se improvisó. El gasto no fue mayor de seis mil pesos, facilitados en préstamo por un banco local. El problema de la iluminación era serio, pero fue resuelto por Benjamin Smith, el superintendente de la compañía de luz, gratuitamente. El vestuario era modestísimo, de franela, medias y alpargatas.

En el reparto participaron estudiantes, profesionistas, comerciantes, funcionarios (el propio Olivares hacía el Cervantes), amas de casa. Hubo mucho compañerismo y todos nos divertíamos.

Del éxito de los Entremeses no es necesario hablar. Se había pensado ofrecer tres o cuatro funciones y se han venido repitiendo si cesar durante cuarenta años. La demanda para verlos continúa hasta la fecha. Los Entremeses pusieron a Guanajuato en el mapa turístico.

Nunca se han escrito tantas crónicas ni comentarios sobre ninguna obra de teatro en México, en la prensa nacional y en la extranjera, como sobre los Entremeses.

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Después, Ruelas emprendió otros montajes, como los Pasos de Lope de Rueda en Mexiamora y el Retablillo Jovial, de Casona, en los patios del Mesón de San Antonio. Merece mencionarse también “El Caballero de Olmedo”, de Lope de Vega, y “Yerma”, de García Lorca, representados ambos a la orilla del arroyo de San Matías. Por diversas circunstancias, éstas no perduraron, mientras que “Los Pasos” y “El Retablillo” todavía se ofrecen al público. Por último cabe mencionar la pequeña pieza dramática “Dos hombres en la mina” que se escenifica en un socavón de la mina de El Nopal.

Al cumplirse veinte años de Teatro Universitario, surgió el Primer Festival Internacional Cervantino, siendo Gobernador del Estado don Manuel Moreno. El clima estaba preparado, las acciones universitarias habían cundido, los grupos artísticos se multiplicaron y hasta las estudiantinas, nacidas en Guanajuato al amparo de los Entremeses, se hacían famosas y proliferaban.

Parece que fue el propio Ruelas quien sugirió a don Manuel Moreno impulsar el turismo con la organización de un festival. No conocemos el desarrollo de esta idea que finalmente fue acogida por el presidente Luis Echeverría. Yo recuerdo que durante una de sus visitas a Guanajuato, ciudad por la que sentía cierta predilección, después de haber presenciado el “Retablillo” en el San Antonio, se ocupó del tema y dijo que el Departamento de Turismo recibiría instrucciones para echar a andar el proyecto.

El Festival tuvo, desde su primera edición en 1972, el carácter de Internacional. Sus excelencias, la extraordinaria calidad de los espectáculos que se han visto, el prestigio que ha alcanzado, y otros aspectos de la más diversa naturaleza, ameritarían crónica aparte. Aquí solo importa señalar que fue Teatro Universitario la cuna misma del Festival.

 

 

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